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Dibujo del diario The Guardian, 12 de diciembre, 2013
Caratula
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Caratula

 

Estimados miembros del Comité Nobel, damas y caballeros,


Para un consumidor de cannabis a escribir acerca de las razones para dirigir una campaña
para la nominación del presidente José Mujica de Uruguay, el Libertador de la Marihuana, por
un premio de mayor prestigio en el mundo, es como escribir sobre la experiencia de cannabis
en sí. Desde que esta experiencia es un acontecimiento espiritual muy personal, única para
cada persona en sus efectos alteradores de la mente, voy a tratar de describir mi experiencia
personal con la planta, con la esperanza de transmitir la benéfica influencia que ha tenido para
mi vida adulta.

Crecí en los años sesenta, confundido sobre el mundo y el sentido de la vida. Mi único apoyo
era mi propio ego, construido en mi creencia imaginada de mi superioridad individual. En
realidad yo era una persona completamente perdida, a la deriva hacia el margen de la
sociedad. Es allí que una noche me fume cannabis y perdí la cabeza. Yo, literalmente, me
había olvidado de todo el mobiliario mental que había llevado en mi cabeza hasta la fecha. El
efecto de la planta me había caído como un relámpago, acabando con lo que había sido
impreso en mi mente desde mi juventud. Al salir de la casa en la que me había fumado, me di
cuenta de que yo era como un bebé, sin la menor idea. Me tomó un tiempo para darme cuenta
de que las luces que se desplazan desde muy lejos en mi dirección fueron de coches, y cómo
no quedar atropellado por ellos, antes de que pudiera cruzar la calle para comprar algunos
bocadillos. Una vez en la tienda caminé lentamente por delante de las estanterías, estudiando
con atención cada artículo como si nunca los había visto antes. Cuando por fin llegué a la caja
miré al hombre detrás de ella. Era un hombre mayor, con aspecto cansado después de un día
de trabajo, con miedo e incluso odio en sus ojos, probablemente preguntándose si ese hippie
frente a él había venido a robarle, deseando que yo simplemente desapareciera. En
circunstancias normales, podría haber huido de su mirada hostil, saliendo de la tienda con
disgusto. Pero sin el equipaje mental que normalmente hubiera provocado mi incertidumbre,
me quedé mirando a los ojos del propietario. Mientras miraba reconocí su miedo y su odio
hacia mí como mi propio miedo y mi propio odio por los demás y al perderme en sus ojos una
sensación de enorme alegría me envolvió: por fin había encontrado el otro, el mismo que el
individualismo me había enseñado a subestimar, aquel de quien el filósofo nos había dicho que
él era nuestro infierno. En ese instante me di cuenta de que yo y este extraño delante de mí
eramos una comunidad, y que la distancia que normalmente nos mantiene mundos aparte era de
mi propia creación. Entonces, sólo por un momento fugaz, reconocí a Jesús en el dueño de la
tienda, el Jesús que nos dice que debemos amar a nuestro prójimo, no por ser un hacedor de
buenas obras, sino porque nos permite deshacernos de nuestro propio ser.
Vi que el hombre delante de mí se preguntaba acerca de mi estabilidad mental e incapaz de
hablar, corrí fuera de la tienda, en la calle, a bailar de alegría.

Esa experiencia fue mi renacimiento, el punto de partida para una nueva vida. Con la
revelación de comunidad que la experiencia extática de la marihuana me había dado, yo
construiría gradualmente una nueva personalidad, basada en el sentimiento abrumador de la
felicidad que me había infundido por completo y que se hacía sentir en momentos de duda.
Fue un proceso largo y nada fácil, ya que había obstrucción en todo momento, de los amigos y
la familia, consejeros espirituales y policías. No podía comprender por qué todos ellos trataron
de inculcar en mí la maldad de fumar marihuana mientras que la experiencia me había devuelta
mi vida. ¿Por qué tenía que ser arrestado e ir a la cárcel por pisar momentáneamente fuera de
la carrera de ratas y disfrutar de la compañía de mis amigos?

Incapaz de comprender decidí dejar de tomar cualquier sustancia ilegal y convertirme en un
ciudadano respetuoso de la ley. Pero a cambio me propuse indagar sobre las razones de la
prohibición de las sustancias que alteran la mente. Eso lo hice, durante años, hasta que me
enteré de que las mismas autoridades que estaban poniendo a los jóvenes en la cárcel
gestionaban la venta de heroína a sus soldados en Vietnam y permitieron a las organizaciones
de inmigrantes Cubanos en el estado de Florida a comercializar la cocaína a cambio de su
ayuda en la lucha contra el régimen de Castro. Luego también me enteré de que los regímenes
coloniales europeos habían prohibido el comercio de opio en sus respectivas colonias a fin de
crear monopolios estatales cuyo objetivo expreso consistía en conseguir que la población local
se hiciera adicta a sus productos con el fin de maximizar los beneficios.
Cuando esa verdad calo yo perdí todo el respeto por la clase política y juré a confiar nunca más
en gobierno alguno en el tema de las sustancias que alteran la mente. En el futuro yo sólo
seguiría a los dictados de mi propia conciencia. Como consecuencia de esa decisión me
convertí en un activista en la búsqueda del fin de la guerra contra las drogas. Esa guerra se
vende como un esfuerzo para impedir a las personas inocentes de tomar esas drogas
supuestamente terribles y pone todos los que se atreven involucrarse en su producción y
distribución en la cárcel. Pero debajo ese barniz moral la guerra está destinada a evitar que
jóvenes y otras personas inquietas piensan fuera de la ideología oficial, mientras por otro lado
sirve para gestionar el lucrativo tráfico de las sustancias prohibidas en beneficio de intereses
geopolíticos oscuros . Es la zona gris donde los servicios secretos y las mafias se encuentran,
donde el bienestar y la felicidad de los pueblos es sacrificada en beneficio de pequeñas pero
poderosas camarillas.

Y luego entró el presidente Mujica en el escenario. Decidido a quitar la marihuana de las manos
de la mafia, hizo aprobar una ley que trajo la planta bajo el control del Estado. Después de una
vida permanente de persecución, de repente un hombre de Estado se había levantado para
decir públicamente lo que uno había esperado oír toda su vida: "¡Basta! Que la guerra contra
las drogas se detiene aquí. Gracias, pero en Uruguay no necesitamos la mafia”.
Con su decisión él me ha dado a mí y cientos de millones de consumidores de cannabis la
esperanza y la creencia en la posibilidad de un futuro digno, para nosotros y para nuestros
hijos. Él ha devuelto dignidad a la oficina del líder político. Se yergue, como los Libertadores
Simón Bolívar y San Martín: Mujica Libertador de la Marihuana, Libertador de las Juventudes.
Sólo una campaña para su nominación al Premio Nobel de la Paz podría hacerle justicia y
ayudar a llamar la atención mundial a su gran experimento de poner un fin a la guerra contra
las drogas, por la paz. ¡Viva Mujica!

Frans Bronkhorst
Director – Drugs Peace Institute