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Petirrojos ebrios, dibujo de Kim*

No solo la humanidad usa sustancias que alteran la mente. Nuestros primos más cercanos, los gorilas, los mandriles, los babuinos y los orangutanes también son conocidos por disfrutar de un buen viaje, al igual que los tigres y los elefantes, todos nuestros animales de granja y los conejos que se cruzan en su camino. Eso es solo para empezar, porque se sabe que todas las aves estudiadas vuelan más alto con drogas: la paloma se vuelve más pacífica, el loro no puede parar de hablar y el canario cantará mientras dure su viaje. ¿Y qué pensar acerca de las enormes bandadas de petirrojos, de fiesta después de emborracharse con toyons, más conocidos como bayas de Navidad? ¿O las abejas, las arañas, las moscas y los mosquitos experimentando sus propios momentos de dicha?

El uso de plantas y productos que alteran la mente parece ser la forma en que la naturaleza limpia el sistema nervioso del mundo animal de todo comportamiento culturalmente desarrollado que por un lado ayuda a sobrevivir a las criaturas vivientes, pero por el otro se experimenta como una carga. Por esa razón, todos los animales, insectos y aves que se han observado usando estas sustancias obtienen una satisfacción tan grande que repetirán la experiencia siempre que sea posible, a menudo en riesgo de su supervivencia física.

El folklore indígena cuenta que las personas aprenden de los animales el uso de sustancias que alteran la mente. En casos particulares, ese podría ser asi. Pero no hay ninguna razón por la cual el hombre, habiendo sido otro animal hasta que se desarrolló un poco más que sus compañeros animales, no debería haber conocido el uso de las plantas que alteran la mente todo el tiempo, solo para perder el hábito con el desarrollar de la civilización. Este fue el momento en que la gente se daba cuenta de que la experiencia de ir más allá de la mente, posibilitado por las plantas que alteran la mente, otorgaba conocimiento. Es por lo que vemos en todo el mundo cómo los chamanes aprendieron primero a controlar estas experiencias con sus mentes y como luego utilizaron el conocimiento adquirido para controlar las mentes del resto de la comunidad. Inventaron los mandamientos divinamente decretados, haciendo que el dios local prohibiera por completo el uso de las sustancias que inducen a la alteración de la mente, o les otorgara el monopolio de este uso.

Comenzando en Mesopotamia, el estudio de la civilización nos enseña que este proceso de control mental se logró mediante el miedo y la fuerza. Un momento crucial en el desarrollo de esta política fue la prohibición divina del fruto del conocimiento en la Torá judía y su difusión universal a través del cristianismo, proceso que culminó en nuestros días en la Guerra contra las drogas.

Desde que el recurso a la divinidad para mantener la prohibición se ha vuelto redundante, la legitimación para continuar la misma se centró en los peligros para la salud de los consumidores de las diversas sustancias. A medida que esa línea de argumentación comenzó a ser seriamente cuestionada dentro del mundo académico, el gobierno de los Estados Unidos, pilar de la Guerra contra las Drogas, prohibió por completo la investigación científica de sustancias prohibidas. Y a pesar de que últimamente esta investigación se ha reiniciado, la solicitud en 2017 de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina (en inglés ) para que el gobierno de los EE. UU. deje de erigir barreras a la investigación del cannabis, es testimonio de la manipulación continua de la comprensión pública sobre las sustancias alteradoras de la mente.

A diferencia del mundo académico, no podemos esperar a las puertas del poder para obtener el visto bueno para estudiar lo que para nosotros es una cuestión de liberación mental. Habiendo experimentado físicamente los beneficios del uso de sustancias que alteran la mente, nos vemos obligados a avanzar en nuestra búsqueda personal de comprensión, con o sin el consentimiento oficial o la valiosa contribución de la ciencia. Seguimos en los pases de los estudiantes Catalanes de los años noventa, cultivando nuestro entendimiento del momento de la perdida de uno mismo y la grata apreciación de la presencia del otro.

Es desde esta perspectiva que le ofrecemos nuestra visión sobre la espiritualidad de la alta cannábica y la búsqueda por la vida con el peyote.

 

* En "Animales que se drogan", de Giorgio Samorini, 2000, Cañamo Ediciones, Barcelona, España