Nosotros los occidentales hemos llegado a creer en un solo Dios, o ningún dios en absoluto. Percibimos la sincera conversación de la gente sobre su dios, o peor aún, sus dioses, con una dosis ilimitada de escepticismo. En secreto, lo que realmente nos gustaría hacer es reírnos en sus caras y rogarles que detengan su conversación infantil.
Ahora, imagine por un momento a un huichol, escuchando la voz de un antepasado, un padre o una madre, un abuelo o incluso un bisabuelo, hablando con él o con ella desde las profundidades más allá de la mente, accesible gracias al hikuri, el venerado peyote. Imagine a esa persona huichol entrando en una discusión con este antecesor, a través del cual se revela progresivamente todo el pasado de la gente huichol, sus costumbres tribales y su relación con el mundo natural. Se alucinan imágenes arquetípicas de peyote, venado, maíz, la madre y la serpiente primordial que representa la creación cósmica. Estos arquetipos no son solo imágenes, sino símbolos del divino panteón huichol que forman parte de su mitología y son venerados junto con los antepasados. Accesibles una vez que el hikuri ha limpiado las puertas de la percepción, estas imágenes cobran vida y convierten al celebrante huichol en un igual de estas divinidades, participante de la creación y responsable de la misma. Dado que esta responsabilidad no es un tema político aceptado mentalmente, sino el resultado de una experiencia existencial y física profundamente vivida, los huicholes se comprometen desde el deseo personal en una relación armoniosa con su entorno natural.
A los occidentales se nos ha prohibido el uso de productos que alteran la mente; nos hemos separado de las voces de nuestros antepasados y de nuestros dioses y estamos totalmente alienados de nuestros cuerpos y la naturaleza que nos rodea: vivimos en un vacío existencial.
Intentamos desesperadamente salvar el mundo natural, aunque seguimos convirtiéndolo en un basurero. Después de todo, ¿qué importan nuestros pequeños esfuerzos si los gobiernos y los capitanes de la industria promueven los desechos tóxicos en niveles inimaginables? La salida del suicidio ecológico global y el modelo económico que lo sustenta parece casi imposible. Tal vez lo sea, pero mientras creamos en la posibilidad de un futuro para nuestros descendientes, debemos buscar formas alternativas de desarrollo. La gente huichol nos da un ejemplo de una vida espiritualmente gratificante unida a un respeto profundo y un cuidado devoto por el ambiente natural, habilitado por su uso sabio y respetuoso del peyote que altera la mente.
Por lo tanto, nos complace proponer al pueblo huichol, representado por el Centro Huichol para la Supervivencia Cultural y las Artes Tradicionales, en la persona de su directora Susana Eger Valadez, para la nominación del Premio Nobel de la Paz de 2019, con la esperanza de que esta candidatura llamara la atención al valioso ejemplo que los huicholes ofrecen al mundo.
A continuación, en su documento "La candidatura compartida del Pueblo Wixárika para el Premio Nobel de la Paz de 2019", nuestro presidente Adriaan Bronkhorst coloca esta candidatura en su contexto histórico.
En su "presentación", enlace en el margen izquierdo, Susana Valadez brinda información relevante sobre los Huichols, el Centro Huichol y su propia persona.
"La candidatura compartida del Pueblo Wixárika para el Premio Nobel de la Paz 2019"
Por Adriaan Bronkhorst
Estamos al inicio del tercer milenio. Casi todos los pueblos de los países que despues de la Segunda Guerra Mundial se adhirieron a los Tratados Internacionales de Control de Drogas, se han sometido a la Prohibición, la Guerra contra las Drogas de la Pax Americana. ¿Todos?
¡No! No los indomables huichols, el pueblo Wixárika (pl. Wixaritari), como se llaman a sí mismos, descendientes de los Primeros Pueblos, que todavía se oponen al opresor y sus aliados, las Naciones Unidas del mundo. Aunque la vida es dura, en lo profundo de sus refugios montañasos del Gran Nayar en la Sierra Madre Occidental de México, los Wixaritari han logrado resistir las últimas olas de persecución a su forma de vida ancestral. Lo hacen a través de la Lophophora Williamsii, un cactus del desierto llamado peyote en inglés, hikuri en Wixárika. Esta planta mágica proporciona a los destinatarios percepciones supramentales que tanto satisfacen la búsqueda Wixárika por la vida que mantienen el pacto con los ancestros divinos en el Kiekari, su territorio espiritual y la base de su cosmos mítico, a pesar de los enormes costos económicos que impone a toda la comunidad.
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