#ParaElGenocidio
La prohibición mundial de sustancias que alteran la conciencia por parte de los gobiernos de nuestras Naciones Unidas parecía la forma definitiva de consolidar el control sobre la mente humana con la exclusión del estado de éxtasis, en el que gracias a la sustancia la mente queda momentáneamente alterada y la persona reintegra la unidad del ser.
Como la prohibición violó desde su inicio todos los sistemas de creencias tradicionales que escuchan a la naturaleza por medio de ‘plantas maestras’, el carácter diabólico de la toma de ‘drogas’ debía establecerse de una vez por todas y en todas partes para marcar la necesidad existencial de la interdicción en el ADN humano. Así, el Mal fue creado y heroicamente combatido con tolerancia cero por la comunidad internacional, bajo la égida de los Estados Unidos y legitimado por la Convención Única de 1961. La búsqueda humana de la interconexión con el mundo circundante, con todo el cosmos, la búsqueda primigenia de la vida, debía ser castigada con un riguroso régimen de sanciones, incluida la pena de muerte.
Unos veinticinco años después de la salida de Hitler de Austria, Viena fue elegida para albergar la política de control de drogas de la ONU y un ex oficial de inteligencia nazi austríaco para supervisar su instauración. En las décadas siguientes, parecía que, a pesar del recuerdo del holocausto, se había creado un nuevo chivo expiatorio, un ser humano tan perverso que había que establecer un sistema de alerta permanente para hacer frente a su amenaza. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, que estigmatiza a todas las personas involucradas con las sustancias prohibidas y se encarga de su persecución, ha incitado desde su inicio a lo que en 2018 no puede llamarse sino genocidio.
Por supuesto, la prohibición formalmente es a prueba de genocidio, ya que no se utilizan motivos étnicos, de género, nacionales, de raza, de religión u otros criterios discriminatorios como base para su justificación. Sin embargo, en todo el mundo, la guerra contra las drogas también es la guerra contra las minorías protegidas por los derechos humanos, pero minorías que sus gobiernos desean controlar, subordinar, encarcelar o incluso exterminar. Y, por supuesto, la propia ONU y muchos de sus miembros condenan el genocidio admitido abiertamente que algunos jefes de estado hoy en día defienden. Pero tales condenas no impedirán que estos regímenes invoquen los estragos reales que la guerra contra las drogas provoca como legitimación de la represión incitada por la prohibición de la ONU.
El genocidio es un crimen atroz, la incitación al genocidio es un crimen atroz, la prohibición incita al genocidio y, por lo tanto, tiene que detenerse.
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