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Entusiasmo enteogénico de una mujer participante de la ceremonia Bwiti en el Gabón

2. La propagación de la mentira mediante el Amordazamiento del Espíritu

Plantas de los dioses, alimento y agua de vida, planta del latido del corazón y fruto del conocimiento del bien y del mal, son algunos de los nombres de las sustancias veneradas por los antiguos, pero que nuestra sociedad ha tildado de drogas malignas. Desde el comienzo de la civilización en Sumeria hasta la Convención Única de las Naciones Unidas de 1961, la mentira y el terror se han empleado una y otra vez para controlar las sustancias enteógenas y perseguir a sus consumidores. Aun así, en los rincones más remotos de la selva y en los refugios de alta montaña casi inaccesibles se puede todavía escuchar al amanecer el grito jubiloso de siempre: “¡Tengo vida!”.
Y justo el otro día, en un círculo de personas bebedoras de yagé, una joven contaba cómo la bebida le había cambiado la vida. “No”, se retractó, “me dio vida”.

Soma y la Verdad en la Poesía Védica
Para hacernos una idea de la entrada de la Mentira en la escena de la historia, deberíamos dar un paso atrás por un momento y echar un vistazo a un libro sagrado de los hindúes del segundo milenio a. C., el Rig-Veda: “En Alabanza del Conocimiento”. Sus himnos cuentan una historia, intercalada con exclamaciones alegres, sobre la bebida que eleva para revelar la sabiduría y la verdad, y dar vida.
Aquella era una época con la que sólo podemos soñar, una época en la que lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, se conocían instintivamente, regalos de la bebida Soma, deificada por su “veracidad”:

“De estos dos, el verdadero y honesto, el Soma protege  y reduce a la nada lo falso.”

Y, al perder el miedo a la muerte en el reino de la conciencia cósmica, uno se vuelve inmortal:

“Donde hay alegrías y placeres, alegría y deleite,
donde se cumplen los deseos supremos, allí hazme
inmortal. Oh gota de Soma, fluye para Indra.”

La bebida de soma define los caracteres y las acciones de los dioses, y del autor que se permite convertirse en el amo del universo bajo el lema “¿No he bebido Soma?”:

“En mi inmensidad, superé el cielo y esta vasta tierra.
¿No he bebido Soma?
¡Sí! Pondré la tierra aquí, o quizás allí.
¿No he bebido Soma?”

Estas expresiones de inmortalidad y soberanía, de sabiduría divina y conocimiento del bien y del mal fueron quizás las razones por las que, en el siguiente gran texto teológico hindú, el Bhagavad Ghita, el dios Krishna le dijo al rey que el arte del yoga para escapar de la condición humana era accesible únicamente a los brahmanes y a las clases guerreras. ¡Las masas del pueblo nunca estaban destinadas a escapar de su miserable situación en la vida, condenadas para siempre a un renacimiento sin fin!
El soma se había convertido en algo del pasado, algo que debía ser olvidado.

La Caída de Sumer
En este contexto hindú podemos evaluar mejor la respuesta semita al problema del control sobre las mentes de un pueblo inmortal y soberano que utilizaba enteógenos.
Un primer aspecto que hay que tener en cuenta es el traicionero derrocamiento en el año 2000 a. C. de Ibbi-Sin, el último rey de Sumer, por su general de confianza Ishbi-Erra, el amorreo. Tras haber subido al norte desde la ciudad capital de Ur con una gran parte del ejército y los fondos de las arcas del estado para comprar el grano que se necesitaba con urgencia, y atrincherándose en la ciudad de Isin, Ishbi-Erra dejó que los ejércitos invasores del este destruyeran Ur y sus ciudades circundantes. Después de que el rey fuera hecho prisionero (y nunca más se supo de él), Ishbi-Erra expulsó a los saqueadores y proclamó su propio gobierno.
Para encubrir su engaño, él y sus descendientes publicaron Lamentos de la Ciudad, en los que se responsabilizaba a los dioses inhumanos del fin del reino sumerio y de la destrucción de sus ciudades. Se decía que el supremo gobernante divino Enlil, “con odio”, había “ordenado la destrucción total de Ur, y que su gente debía ser asesinada ….”. La excusa para esta traición se puso en boca de Enlil cuando declaró con frialdad:

“Ur recibió la realeza, pero no un reinado eterno.
Desde tiempos inmemoriales, desde que se fundó la Tierra, hasta que la gente se multiplicó,
¿quién ha visto jamás un reinado que tuviera precedencia para siempre?”

De haber alejado al pueblo de sus dioses mediante el engaño, se pasó a engañar al pueblo sobre la fuente del conocimiento y la verdad divinos. Aunque la veracidad siempre había sido proclamada como un don sagrado del mundo del espíritu, en palabras de los comerciantes y su dios Ea [nombre acadio del sumerio Enki], el engaño había sido declarado de repente un atributo decretado por los dioses, un me. En los textos no se afirma abiertamente que el engaño haya triunfado sobre la verdad, algo que sabiamente nunca fue declarado. En cambio, el problema se resolvió de una manera muy sencilla: no mencionando más a la verdad. Así es mientras en la época pre-comercial y pre-civilizada la verdad había sido el bien supremo, un don del dios supremo del cielo Anu, en el nuevo orden mundial se glorificó el arte del engaño.

La Epoca Babilónica
Este cambio en la ética se hizo inequívocamente evidente en el mito fundacional de Adapa, el fiel sirviente del dios del comercio Ea, quien le dijo engañosamente a Adapa que no aceptara la comida y la bebida que el dios del cielo Anu le ofrecería porque seguramente moriría. Cuando Adapa rechazó la comida y el agua de la vida que le ofrecía Anu, este le preguntó por su motivo, a que Adapa respondió con la lamentable excusa:

  “Ea, mi señor, me dijo: “¡No comas, no bebas!”.

A Adapa se le negó la vida y el hombre fue expulsado de las puertas del cielo, pero, por su negativa a aceptar la comida y el agua de la vida, el escriba del dios del comercio declaró al siervo obediente el más sabio entre los hombres.
Sin la iluminación de la comida y del agua de la vida de Anu, se podría proclamar engañosamente que la sabiduría provenía de las Profundidades – el Abzu, un estanque bajo el templo de Ea. La historia de Inanna y Enki [Ea] describe cómo la diosa del amor Inanna emborrachó a Enki y se escapo con todos los atributos de la civilización desde su hogar mitológico en las Profundidades. Uno de los objetos era el engaño:

“La santa Inana recibió el engaño, las tierras rebeldes, la bondad,
el estar en movimiento, el ser sedentario”.

Habiendo plantado el engaño como una ordenanza aceptable y divinamente dada del mismo orden que la bondad, el engaño había sido legado divina y oficialmente tolerado, por la diosa del amor Inanna en persona.
Luego, en la historia épica de Gilgamesh del siglo XIII a.C., el escriba dio un tratado teológico distorsionado en el que el inmortalizado Utanapishtim (que en acadio significa “ha encontrado la vida”) le dijo al rey Gilgamesh que la inmortalidad no era para los humanos. Hizo que el barquero que trajo al rey a las orillas del mundo inmortal fuera desterrado para siempre, separando simbólicamente los mundos hasta entonces conectados de los dioses y los humanos. Para asegurarse de que el mensaje fuera entendido correctamente, el escriba hizo que el rey perdiera la planta del latido del corazón – del rejuvenecimiento y de la vida – mientras viajaba de regreso a su ciudad de Uruk. Después de llegar, Gilgamesh le dijo al barquero desterrado que inspeccionara los muros de la ciudad y viera si los Siete Sabios no habían puesto sus cimientos.
Con el cierre del cielo, los muros de la ciudad – metáfora para las leyes del gobernante – se convirtieron en el único punto de referencia para los habitantes del mundo civilizado. La verdad que antes provenía de la fuente divina interior había sido amordazada de hecho; a partir de ese momento, la comprensión quedó ligada a la voz del palacio y de sus facilitadores financieros. Esta alienación del corazón fue el punto de partida de la alienación de la humanidad respecto de todo el mundo natural.
Hubo que esperar hasta el reinado de Nabónido sobre Babilonia, a mediados del siglo VI a. C., para que el propio rey, que probablemente había consumido alimentos o agua de la vida, pusiera en tela de juicio la sabiduría de Adapa:

“El dios Ilte'ri me ha hecho ver una visión; me ha mostrado todo.”
Conozco una sabiduría que supera en gran medida incluso la de
la serie de ideas que ha compuesto Adapa.”

Ilte'ri, otro nombre del dios lunar Sin, era adorado por Nabónido y la causa de su discordia con los sacerdotes de Marduk, deidad patrona de Babilonia. Se rumorea que estos sacerdotes ayudaron al rey persa Ciro a derrotar a Nabónido, lo que no solo provocó la caída de Nabónido, sino también de todo el imperio babilónico.
El estanque de Eridu que durante más de mil años se había considerado la fuente de la sabiduría, finalmente había resultado ser un pozo imaginario de deseos, sostenido únicamente por la piedad de sus sacerdotes y las armas del imperio.

El Terror Yahvista

Fue en el vacío político y cultural que siguió, cuando los sacerdotes del dios Yahvé, exiliados en Babilonia en aquella epoca, elaboraron sus propios dogmas religiosos, teniendo cuidado de no repetir los errores que habían hecho caer la cuna de la civilización babilónica.

Así, mientras que en la epopeya de Gilgamesh se le ordena al rey que abandone el mundo de los Inmortales y pierde la planta del corazón al final de la historia, la Biblia de los judíos comienza con la prohibición de Yahvé del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Este es el primer mandamiento impreso en la mente de Adán y Eva, después del cual el escriba los expulsa del paraíso de inmediato por desobedecer el mandamiento de Yahvé.
En la epopeya de Gilgamesh no se prohibió la planta y no se dio ninguna ley para compensar la sabiduría del corazón perdida. En contraposición al final inconcluso de la epopeya de Gilgamesh, la Biblia dio una ley divina -la Torá- para llenar el vacío dejado por la desaparición de la voz divina del corazón. En lugar del Abismo de Ea, ahora se decía que "El temor del Señor es el principio de la sabiduría". Y el temor de su Señor se convirtió en la fuerza motriz de la fe judía. La nueva ley fue instruida a la fuerza a toda la población y se amonestó a los padres:

“Y si alguno todavía profetiza, su padre y su madre, de quienes nacieron,
les dirán: “Debes morir, porque has dicho mentiras en el nombre del Señor”.
Entonces sus propios padres apuñalarán al que profetiza”

La mentira de los padres se había vuelta la verdad. Atrás quedaron los días de los felices poetas védicos que cantaban la verdad y de los antiguos profetas israelitas danzantes. Se produjo un período oscuro en Israel. Solo un historiador, al describir la masacre de los rebeldes macabeos después de la muerte de su líder Judas Macabeo a mediados del siglo II a. C., se refirió a ella:

“Fue un tiempo de gran angustia para Israel, peor que todo lo que les había sucedido desde el momento en que los profetas dejaron de aparecer entre ellos”.

Lo que implica la declaración es que la angustia causada por las crueldades del opresor sirio contra los revolucionarios judíos solo podía compararse con la angustia causada por la corrupción y la crueldad de los gobernantes sacerdotales en la época en que los profetas fueron silenciados en Israel.
La corrupción y la crueldad fueron las características que definieron este período. Jasón se convirtió en sumo sacerdote en lugar de su hermano Onías III al ofrecer al rey Antíoco IV impuestos anuales que duplicaban la cantidad que su hermano Onías le había dado a él. Cuando tres años más tarde envió a un pariente llamado Menelao con los impuestos anuales a Antioquía, el rey le dio a este Menelao el sumo sacerdocio después de que él había ofrecido pagar un tributo anual aún mayor que el que Jasón le había ofrecido. Un año más tarde, cuando Menelao fue acusado por el antiguo sumo sacerdote Onías III de hacer regalos ilegítimos de copas de oro del templo para congraciarse con los gobernantes sirios, el usurpador hizo matar al ex sumo sacerdote. Después de diez años en el puesto de sumo sacerdote, años en los que hizo sufrir mucho a la población de Jerusalén, Menelao fue llamado a Antioquía, donde el rey Antíoco V ordenó que lo arrojaran a una torre llena de cenizas.
La rebelión de los Macabeos pone de relieve un momento espiritualmente difícil para la población israelita. Es sumamente desafortunado que en lugar de combatir la monopolización sadoquita de la voz divina, los macabeos les reprochaban a los sadoquitas su inobservancia de la ley que habían jurado a defender.

No es de extrañar, por tanto, que poco después de tomar las riendas del gobierno, los nuevos gobernantes cayeran víctimas del mismo afán de poder y riqueza que los había llevado a derrocar a sus predecesores sadoquitas. Especialmente su rey más destacado, Alejandro Janeo [127-76 a. C.], era temido por su crueldad. Durante la guerra civil judía, mientras cenaba con sus concubinas, vio cómo crucificaban a ochocientos rebeldes mientras mataban a sus esposas e hijos delante de ellos.

La era de la vida en el abrazo del otro
Mientras los sacerdotes luchaban entre sí por el control de los cargos del Estado, las masas oprimidas buscaban la liberación espiritual en otra parte. Es aquí donde debemos buscar la fuente de un movimiento revolucionario para abandonar la religión de Yahvé y otros dioses temibles y vengativos que aterrorizaban las vidas de los oprimidos. La gente se dio cuenta de que su salvación no vendría de la adoración de un dios temible y autocrático, sino del amor de lo divino interior. Es decir, de la adoración del dios personal de uno, el que se revela a través del corazón, para ser comprendido y aceptado sólo entonces por la mente. Ese dios personal no tenía nada en común con los dioses oficiales y temibles adorados en todo el mundo antiguo. Ese dios personal no podía encontrarse en los cielos y los templos, sino en el abandono del propio ego y el abrazo del prójimo. Aquí la teología, el estudio de un dios en el cielo, se convirtió en enteología, el estudio del dios interior. El dios sacerdotal proyectado hacia el cielo volvió al corazón, al dominio natural y vivo de lo divino.
Este es un cambio de perspectiva que también experimentan los consumidores de cannabis cuando dejan atrás su mente egocéntrica y se concentran en su entorno inmediato. Las personas son vistas de manera diferente, ya no como el otro amenazante, sino como una compañía en la que se puede confiar y con la que se puede conversar agradablemente. Los propios miedos se muestran como creaciones de la mente, construcciones ridículas de una imaginación paranoica, un poco estúpida, ja, ja, ja. Nos recuerda a los antiguos escitas que reían de alegría mientras tomaban su baño de vapor de cannabis.
La experiencia extática, por supuesto, es diferente para cada persona y puede ir desde un repliegue benigno del propio ego hasta la desaparición completa de la propia autoconciencia, como el vaciamiento de sí mismo o la kénosis atribuida a Jesús por fuentes posteriores. En este estado, el miedo a la muerte desaparece y la vida eterna, que se le negó a Gilgamesh en tiempos de Babilonia, se había convertido nuevamente en un estado mental posible que permitía a las personas seguir adelante serenamente e incluso felices en un mundo amenazante.
Este movimiento de protesta floreció en todo el antiguo Oriente Próximo y ha sobrevivido en las enseñanzas atribuidas al profeta de Nazaret. Su mensaje tenía como objetivo aliviar la angustia de las masas, aquí y ahora. Su “Reino de Dios” señalaba la posibilidad que se le daba a cada ser humano de encontrar la felicidad y la paz escuchando la voz divina en su interior. Por eso pudo decir que el reino de Dios se había acercado, que en realidad estaba aquí mismo, esperando la recreación de la vida de cada persona en la vida eterna. Cuando un vasto movimiento de liberación personal arrasó el mundo antiguo, las autoridades de la época se opusieron implacablemente y sus practicantes fueron perseguidos sin piedad. Sólo en el siglo IV d.C., después de que Jesús fue declarado dios y se decía que estaba esperando en el cielo para juzgar a aquellos a quienes se les permitía la vida eterna después de la muerte, el mensaje pudo ser aceptado por las autoridades y el cristianismo convertirse en una religión de Estado respetable.
La vida eterna –la inmortalidad- se había convertido una vez más en un estado mental inalcanzable, obligando a los ciudadanos del mundo occidental a convertirse en las ovejas del pastor de Roma. Desde la Reforma protestante del siglo XVI, han surgido nuevos pastores, aunque ninguno de ellos ofrece la liberación espiritual que todo ser vivo anhela.
Además, en respuesta a los trastornos culturales y espirituales del Renacimiento, la Iglesia Católica inició tribunales para acabar con la herejía. Así nació la Inquisición, que quemaría a las brujas, sus brebajes y escobas y pondría fin a sus sabbats trascendentales. La naturaleza, donde se decía que residían los Vivientes, el reino donde vaga el espíritu, había sido cerrada a las aventuras espirituales. Los gritos de angustia de las brujas traumatizaron a la sociedad y el temor del Señor se apoderó de las mentes de las personas. En Ginebra, el reformador protestante Juan Calvino hizo castigar a una niña, no por atreverse a cantar alegremente, sino por no cantar una de sus canciones edificantes, en la iglesia, ¡nada menos que un domingo por la mañana! Entonces, como señaló tristemente el historiador francés Michelet, “¡el canto se detuvo!”. El espíritu había sido debidamente amordazado de nuevo.
Pero no en todas partes, porque más allá de las fronteras de Europa, y especialmente en las Américas, el espíritu todavía se manifestaba en las selvas y en las montañas, en las llanuras desérticas e incluso en el árido Ártico. Mediante el uso de las “plantas de los dioses”, como las llamaban los pueblos indígenas, o mediante técnicas de iniciación que negaban el cuerpo, como entre los indios de las llanuras y los esquimales, se convocaba a los antepasados ​​y a los dioses internos para que proporcionaran comprensión y bienestar espiritual. Fue a partir de su interacción con los pueblos indígenas que consumían ayahuasca, peyote y hongos psilocibios, entre otros, que los europeos y los americanos de ascendencia europea aprendieron acerca de las propiedades psicoactivas de estas sustancias y la espiritualidad que engendran.
Sin embargo, ese proceso llevó tiempo, ya que la mente occidental racionalizada y alienada tuvo que luchar contra los aterradores efectos de borrado de la mente de las diferentes sustancias. Según el “pienso, luego existo” de René Descartes, el hombre occidental es, en efecto, un ser mentalizado, que se distancia del mundo que lo rodea para objetivarlo e imaginarlo antes de actuar. Por otra parte, y gracias a sus enteógenos, los pueblos nativos pueden entrar en un contacto emocional con su entorno, un contacto que barrerá su autoconciencia para dar lugar a la experiencia de pertenencia total. Se trata de una experiencia que la civilización occidental ha rechazado, a costa de su completa alienación de la naturaleza.


Estamos trabajando en el resto de la traducción.

 

 

 

 

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